(?, 891-Córdoba, 961) Emir (912-929) y primer califa omeya de Córdoba (929-961). Nieto de Abd Allah, emir de Córdoba y miembro de la dinastía omeya, que antaño había regido el califato de Damasco (661-750), fue designado por su abuelo heredero al trono en razón de su inteligencia, perspicacia y tenacidad. A la muerte de aquél, en el 912, Abd al-Rahman III, con veintiún años, asumió el gobierno de un emirato cordobés prácticamente desmembrado por numerosos conflictos internos y amenazado por los cada vez más poderosos reinos cristianos peninsulares.
A fin de pacificar el territorio y consolidar su poder, derrotó a los Banu Hyyay, sometió el principado de Sevilla a la obediencia cordobesa (917) y acabó con la rebelión de Umar ibn Hafsun y sus hijos, que habían controlado, durante treinta años, la serranía de Ronda desde su guarida de Bobastro (928). Estas victorias dieron un gran prestigio a Abd al-Rahman III, quien, en el 929, a semejanza de sus antepasados, los Omeyas de Damasco, se proclamó califa, título que aunaba la autoridad política y la religiosa, y adoptó el sobrenombre de al-Nasir (el Conquistador).
A continuación, recuperó el control sobre el territorio de Badajoz, gobernado por Ibn Marwan (930), y aplastó la endémica rebelión de la ciudad de Toledo, tras un asedio de dos años que privó de alimentos a los toledanos y les obligó a rendirse (julio de 932). Además, convirtió el califato de Córdoba en una potencia marítima, gracias a la creación de una importante flota con centro en Almería, que le permitió conquistar las ciudades marítimas de Melilla (927), Ceuta (931) y Tánger (951), así como establecer una especie de protectorado sobre el norte y el centro del Magreb, aunque la expansión del califato fatimí de Egipto, en el norte de África, redujo considerablemente la influencia omeya en esta región (958-959).
En cuanto a las relaciones con los reinos cristianos del norte, Abd al-Rahman III no tuvo problemas para mantener a lo largo de su dilatada vida la hegemonía cordobesa sobre la península Ibérica, a pesar de la derrota que Ramiro II de León infligió a las tropas califales en Simancas (939), debida esencialmente a la deserción de la nobleza árabe.
En el 920, el soberano andalusí venció al rey Sancho Garcés I de Navarra en Valdejunqueras, y cuatro años después saqueó Pamplona; en el 950 recibió en Córdoba a una embajada enviada por Borrell II de Barcelona, por la que el conde catalán reconocía la superioridad califal y le pedia paz y amistad. Entre los años 951 y 961, no dudó en intervenir en las diferentes querellas dinásticas que debilitaron la monarquía leonesa durante los reinados de Ordoño III, Sancho I y Ordoño IV, dando su apoyo a una u otra de las partes en litigio según la coyuntura política de cada momento.
En el transcurso de su califato, Abd al-Rahman III no sólo convirtió Córdoba en el centro neurálgico de un nuevo imperio musulmán en Occidente, sino que hizo de ella la principal ciudad de Europa, rivalizando a lo largo de más de un siglo (929-1031) con Bagdad, la capital del califato abasí, en poder, prestigio, esplendor y cultura. El califa omeya embelleció Córdoba, empedró e iluminó las calles, dotó la ciudad de numerosos baños públicos y de cerca de setenta bibliotecas para disfrute de sus aproximadamente 250.000 habitantes, fundó una universidad, una escuela de medicina y otra de traductores del griego y del hebreo al árabe, hizo erigir la Gran Mezquita y, en las afueras de la urbe, en Sierra Morena, ordenó construir el extraordinario palacio de Medina al-Zahra, del que hizo su residencia hasta su muerte
miércoles, 12 de mayo de 2010
Abd al-Rahman III
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